Algunas remembranzas de la infancia
Cuando vivía en las inmediaciones del barrio San José de mi bella tierra cajamarquina solía jugar fulbito callejero con mis vecinos y familiares. Para simular los arcos de los porteros a veces utilizábamos rocas cubiertas con alguna prenda, colocadas a una distancia promedio entre ellas. En otras ocasiones, improvisábamos los arcos usando los postes de alumbrado público, de tal forma que la distancia existente entre alguno de estos pilotes y la pared de alguna casa fungía como tales. Así, pese a que la portería no sobrepasaba el ancho de una vereda, anotar goles resultaba más sencillo puesto que se utilizaba el efecto rebote con ayuda de la pared. Recuerdo que en ocasiones éramos reprendidos por algún vecino afectado por los constantes pelotazos en su pared recién pintada o solo por la bulla que ocasionaba nuestra algarabía tras incansables horas de juego.
El momento de escoger los equipos de fulbito era quizá el más difícil para los menos entendidos en la materia, pues por lo general, los escogidos al final eran los menos hábiles; y para colmo de males, tenían que ser el arquero del equipo. Había algunos que aceptaban dicho destino sin chistar, otros a regañadientes aceptaban tal posición, pues no les quedaba de otra. Para acallar el desconcierto se permitía jugar al arquero cabreador, que implicaba que este no necesariamente tenía que guarecer en la portería sino también podía hacer quites y driblear con el balón e incluso hasta podía recorrer todo el campo y anotar goles, pero sin descuidar su función principal, cuidar la portería.
(...)
La primera cuadra del Jr. Puno de mi natal Cajamarca ha sido escenario también de incontables partidas de trompos. Una de las formas de juego con estas peonzas consistía en que luego de lanzarlo hacia el suelo y hacerlo bailar, había que colocarlo en la palma de la mano, luego de lo cual, con toda la fuerza disponible, se golpeaba el trompo tendido del contrincante hasta que alguno de los trompos sobrepase una línea previamente marcada en la vereda, momento en que finalizaba la partida; así, el primer trompo que cruzaba dicha demarcación perdía y tenía que ser chantado. A menudo, quienes jugábamos a los trompos, teníamos tanto un trompo para jugar como para chantar, este último por lo general era uno más grande y pesado, capaz de rajar o quebrar al trompo perdedor. A veces, los perdedores no podían evitar sollozar por el funesto destino de su tan querido juguete, mientras los vencedores celebraban su victoria con gran emoción.
(...)
Preservo muy gratos recuerdos de aquellos juegos de mi niñez como el fulbito, los trompos, las canicas, el juego del "color-color", matagente, las atrapadas, las escondidas, rayuela, "piedra, papel o tijera", bolero o boliche, el diábolo, entre otros. En la actualidad, muchos de ellos ya pasaron al olvido, los niños de ahora ya no los juegan, pues existe una invasión tecnológica en la que predominan los juegos virtuales que se juegan a través del teléfono móvil, el iPad o la Tablet; estos distan mucho de aquellos otros juegos de antaño, que sirvieron a tantas generaciones dejando consigo gratas anécdotas.
