Discurso a Consuelo Vargas

Buenas tardes tengan todos, amigos/as y familiares.
Me honra dirigirme a ustedes este día para expresarles unas palabras conmemorativas al cumplimiento del año del sensible fallecimiento de nuestra querida María Consuelo Vargas Alarcón, mi abuela.
Sirva la presente ocasión para recordarla en sus momentos más sublimes y alegres.
Conchito, como la llamábamos sus allegados, fue siempre una mujer muy fuerte y tenaz. Pudo sacar adelante a sus siete hijos sin doblegarse en el camino.
Siempre encomendaba sus acciones a Dios y a la Virgen de los Dolores. Su primera devoción, quizá, fue hacia la Santísima Virgen del Carmen, patrona de la ciudad de Bambamarca, lugar que la vio crecer en sus primeros años de vida, tierra en la que tuve la dicha de trabajar poco menos de cinco años. Una vez, no hace mucho, fui testigo de su temple religiosa hacia la patrona de la tierra de los Coremarcas, pues participó con nosotros en la fiesta patronal y curiosamente acompañó gran trecho del recorrido de la procesión de la Virgen; recuerdo verla cogida de sus andas, caminando entre el tumulto sin mostrar siquiera signos de extenuación.
Tenía también mucha fe en la Santísima Cruz de Motupe, a la que visitaba ininterrumpidamente todos los años. Su devoción a esta efigie se imponía sobre su edad, el cansancio y el dolor; ella renovaba anualmente sus votos.
Gustaba de viajar mi abuela, tengo gratos recuerdos de viajes que en familia concretamos juntos.
Si hay algo que también le gustaba era bailar. Lo hacía con mucha gala y algarabía. A veces no había necesidad que la saquen a bailar, pues ella misma tomaba la batuta. La última vez que la vi zapatear huaynos chotanos y carnavales cajamarquinos fue en mi hogar, un año antes de su fallecimiento; pese al cansancio y a su estado de salud, se divirtió mucho aquella vez.
Aparte de este episodio, recuerdo siempre con nostalgia la celebración de los carnavales y los bailes suscitados en el frontis de su casa, lugar en el que siempre fuimos acogidos.
Pero no solo bailaba, también gustaba mucho de cantar yaravíes y pechadas chotanas. Lo hacía en clara nostalgia de su pasado, recordando la muerte de sus padres, de sus hermanos y hasta de su hija Lina. La oí hacerlo al lado de su hermana Aleja, a veces a solas, y una vez, motivado seguramente por algún licor, hasta la acompañé haciéndole el bajo.
En los últimos años tuve mayor acercamiento y confianza con ella. Recuerdo muchos domingos en las tardes en que me despedía de ella hasta la próxima oportunidad, momento en que me cogía fuertemente los brazos y me estrechaba cálidos abrazos; a veces, la veía sollozar y me decía que me cuidara y que Dios bendiga mi camino y mi estadía.
Podría pasar mucho tiempo contando anécdotas e historias de mi abuela, incluso algunas de sus enseñanzas. Una de ellas, que marcadamente inculcó a sus hijos: "Lo que sea tuyo, aunque sea de tocuyo"; claro mensaje de lo dignificante que es el trabajo en la vida, y que lo poco o mucho que uno consiga con él merece tener tranquilidad.
Ya ha pasado un año de su partida y su recuerdo aún está latente.
Tengamos siempre presente su contagiosa risa, sus enseñanzas, sus ocurrencias, sus buenas acciones y su legado.
Todos los aquí presentes hemos sentido un cariño especial por ella, pidámosle al redentor por su descanso eterno.
Muchas gracias.